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te buena de los compositores y de sus obras—en esta ocasión y en todas las que he tratado del Himno Nacional lo he hecho basándome sólo en un completo análisis, porque dada la trascendencia del tema, me he propuesto considerarlo ateniéndome, exclusivamente a la verdad histórica y a la artística y no habrá nada que me haga apartar de esa senda.

En el año de 1900 publicó Marin Varona su arrreglo del Himno Nacional con la instroducción que aparece en la edición de Marín Otero. Su arreglo motivó una gran protesta por parte de la ciudadanía cubana, que no ha estado nunca conforme con la deformación que se le ha hecho al Himno de Bayamo, y en nombre de los patriotas del 68 levantó su voz Fernando Figueredo Socarrás, declarando, enfáticamente, que ni la letra ni la música que aparecían en la edición de MarínVarona eran las verdaderas. Marín Varona empleó la misma forma de acompañamiento de pasodoble que Rodríguez Ferrer había introducido en su arreglo para Banda y reprodujo la melodía y la letra del Himno según éste había sido adulterado en Nassau, y a pesar de que Figueredo Socarrás explicó con amplios detalles que aquello era una adulteración, Marín Varona siguió insistiendo en que había reproducido la edición que se había publicado en “El Cubano Libre”.

Figueredo Socarrás se esforzó entonces en que se publicara otra edición con la letra y la música correctas y se la encomendó a Hubert de Blanck; pero lo cierto es que la edición de este último músico, en la que aparece una carta de Figueredo Socarrás afirmando que la melodía que se presentaba era la original, salió publicada sólo con la letra enmendada y uno de los seis compases suprimidos del final, con la restitución de la última nota del primer compás, pues el resto de la música era la misma melodía adulterada en Nassau.

Es de imaginar que el ilustre pariente del autor del Himno qudearía muy decepcionado. Figueredo Socarrás estuvo protestando de la adulteración del Himno de Bayamo hasta el mes de Julio y ya, en Abril, Rodríguez Ferrer había depositado en el Registro de la Propiedad Intelectual su arreglo, como dije antes, con la melodía deformada y desnaturalizada con un acompañamiento de pasodoble y unida a una introducción con los toques de corneta a que he hecho referencia.

Fué a fines de aquel año 1900, cuando Angel Figueredo, el hijo menor de Perucho, que había cooperado muchísimo en la organización de las expediciones que llegaron de Cayo Hueso, y que tan pronto como pudo vino a la amada tierra de sus progenitores, fué entonces cuando donó generosamente al Museo Nacional el manus-

 
 

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